A los Hermanos y Formandos Hijos de Santa Ana.
¡Muchas Felicidades!
Este año, nuestra Asociación cumple dieciocho años de existencia.
Para muchas de nuestras culturas, en el hermoso mosaico intercontinental en la cual, nuestra Asociación es la manifestación más bella, tal fecha señala un paso importante de nivel, la toma de conciencia de la propia razón de ser. De la adolescencia a la juventud. Así podríamos decir, si hablamos desde punto de vista de una realidad humana; pero, cuando el sujeto en cuestión es una institución, ¿cómo podemos reconocer si realmente si realmente hemos dado un “salto”?.
La respuesta la encontramos fundamentalmente en el recorrido de nuestra historia; desde aquel lejano 26 de Mayo del 1993 hasta hoy.
El ambiente fue el cuarto piso del edificio de Ruggero Bonghi (nombre que deriva de calle en la cual se encuentra el edificio). Era en la tarde, apenas habíamos terminado la hora de la formación con la Maestra Teresa Porturas.
Nos habían llamado de la puerta de via Merulana para comunicarnos que Monseñor Natalino Zagotto había llegado y quería encontrarse con nosotros.
Estábamos todavía reunidos, y Mons. Con mucha alegría le entrega a la maestro una hoja, en la cual se entrevé la firma de su Eminencia el Cardenal Vicario Camillo Ruini. Era el decreto de aprobación de nuestra Asociación.
Una alegría interior invadió nuestros corazones en aquel momento. No puedo decir si éramos todos consiente de la importancia de aquella decisión. Solo una cosa era cierta: de aquel momento en adelante la Iglesia nos daba su reconocimiento como parte de su organismo, en vista de un crecimiento sea espiritual, humano e institucional.
De aquel momento hasta hora, han pasado dieciocho años. Nuestra Asociación ha crecido, y como todo organismo ha pasado por muchas transformaciones. Cuantos jóvenes de diferentes continentes han tenido la posibilidad de conocernos y de experimentar la vitalidad de nuestro carisma.
Tantos han pasado, y así también, tantos han salido. Quien serenamente, quien en la esperanza de encontrar el camino justo de la realización humana y espiritual. No podemos lamentarnos, el Señor nos ha dado la posibilidad de vivir tantas situaciones y realidades, así también nos ha ofrecido elementos para integrarlos de este modo dar una respuesta de fe de gran calidad.
Haciendo una mirada a nuestra actualidad, presentes en seis naciones, con nueve nacionalidades diferentes, y participando activamente en la vida de la Iglesia mediante las diferentes pastorales y obras que son parte de nuestra acción carismática, como no experimentar, si lo podemos decir un “orgullo santo”, en comunión con los Obispos que nos ayudan y bendicen nuestras comunidades en la búsqueda continua del justo equilibrio entre el ser y el actuar.
Estamos invitados a elevar nuestra mirada hacía el horizonte que nuestro Señor Jesucristo ha propuesto a cada uno de nosotros. Aquel panorama beato entrevisto por la Madre Rosa, hoy se materializa en nuestra Asociación casi como en las otras expresiones de nuestro carisma y en particular en el Instituto de las Hijas de Santa Ana.
Si bien es cierto que nuestros ojos descansan en la serena y exigente mirada del Crucificado resucitado, no podemos no tener los pies bien puestos en la tierra. Nuestra espiritualidad tiene su centro de contemplación y vida en el seguimiento de Cristo en el misterio de su pobreza, esto significa que no tenemos que ilusionarnos que, como cuestión de magia, se pueden resolver nuestro límites y problemas humanos sin tener en cuenta nuestra humanidad, profundamente humana, sumamente humana.
Cristo no pasa por alto en su acción salvífica este elemento esencial de nuestra existencia. Por lo que el Hijo de Santa Ana, consiente de su propia fragilidad y que está en un constante proceso de maduración, hace tesoro del propio patrimonio espiritual, del magisterio de la Iglesia y de la experiencia de nuestra inspiración, nuestra querida Madre Rosa Gattorno, y comprende que solamente asumiendo, con coraje, la propia responsabilidad, aun en medio de los fracasos, podrá dar un testimonio conforme a la altura de la única y sustancial vocación bautismal, de la cual emana toda consagración.
Una mirada atenta a las dinámicas de nuestras Comunidades, nos hace entender las semillas de esperanza presente en el corazón de nuestros jóvenes consagrados, el esfuerzo por mejorar, de ayudar mutuamente en la superación de los momentos de dificultad; pero también nos ayudan a percibir que la cizaña esta todavía presente en medio del trigo, todavía verde. Las señales negativas son notorias, pero no nos atemoriza ni caemos en la tentación de sentirnos víctimas de los demás o de las situaciones.
La madurez se muestra en una respuesta coherente y positiva. No tenemos miedo de los desafíos, de las dificultades, Madre Rosa en sus memorias bendecía la “Derecha del Eterno Padre que, con soberana autoridad golpeaba el naciente Instituto para fortalecerlo en las tribulaciones”.
Para nosotros, hijos de un mundo que adora e idolatra lo efímero, lo transitorio, dieciocho años parecen demasiado para que sigamos siendo todavía una Asociación. Alguien podría afirmar que se sentiría mejor si fuéramos ya un Instituto... En parte sería verdad si no escondiera una trampa; sentir que ya estamos listos, para el alma cristiana no es signo de madurez. Esto nos pone a merced del Enemigo que se insinúa en nuestros afectos y nos empuja a aparentar lo que todavía no somos.
No, queridos hermanos. Queremos decir “sí” a la Iglesia, pero con el corazón transparente y simple, cual preciosa virtud que hace corona a la santa Madre de María Inmaculada. Por ahora nos disponemos a formarnos en el delicado itinerario que el Señor nos ha propuesto.
Démosle lo mejor de nosotros para el Reino.Hagamos tesoro de lo que nuestro Plan general propone como itinerario y demos aquel voto de confianza a nuestros superiores, que, hombres como nosotros, creen en el mensaje de nuestra Asociación.
Así, aunque si lejos en la distancia, pero unidos en el mismo estandarte. Hoy, con el corazón alegre agradezco a Dios que nos ha concedido pertenecer a esta Familia religiosa de la cual estamos orgullosos de llevar el nombre de Hijos de la Augusta madre Santa Ana.
A cada Hermano, y a cada uno de nuestros Formandos les deseo una jornada plena de las bendiciones en el corazón de Santa Ana, y la certeza de nuestra cercanía.
De quien los tiene presente.
P. José Valdo Feitosa Filho fsa.