1. El Verbo eterno de Dios, al tomar nuestra carne mortal en el seno de una Virgen en la plenitud de los tiempos, confirió al misterio de Belén una dimensión cósmica y siempre actual. En Belén, Dios Padre comienza, por Cristo y en Cristo, a reordenar el universo hacia Él. Al tomar nuestra naturaleza humana, da a la creación su significado trascendente y, al entrar en nuestra historia, le confiere su orientación definitiva: Todo tiene en Cristo su consistencia y Él colma las aspiraciones del corazón humano. Él es nuestro Salvador, el único Salvador.
2. La Santa Iglesia nos invita a mirar este misterio sublime de la Encarnación del Hijo de Dios y, desde Belén, a reconstruir la averiada relación con Dios, con los hermanos y con la creación a causa del pecado original.
3. En Belén aprendemos a ser hijos de Dios, puesto que el Padre envió a su Hijo ha hacerse hombre y hermano nuestro. En el Hijo, en Jesucristo, estamos llamados a ser hijos de Dios. Por Jesucristo sabemos algo de Dios: que él es Padre, que nos ama y que nos regaló lo mejor que tiene: su amor, manifestado en Cristo. Ya podemos rezar el Padrenuestro.
4. La fraternidad humana, que se rompió cuando Caín mató a su hermano Abel, ahora es restaurada en Cristo. Él vino a congregar en la unidad a los hijos de Dios, dispersos y divididos por el pecado. En Cristo estamos llamados a construir la fraternidad universal, bajo la mirada de un Padre común. La verdadera vocación humana es a la fraternidad, mediante el amor. La Iglesia es escuela de fraternidad.
5. En Belén confluyen todos los elementos de la creación en armoniosa concurrencia: Las pajas, el pesebre y los animales; los reyes y los pastores; los ángeles y los coros celestiales; el frío y las tinieblas de la noche son iluminadas por la claridad del cielo; el amor de una madre, María, y la solicitud de un padre, señor san José, brindan sustento, cobijo y protección al débil, al recién nacido. Cuando nace un niño, renace Jesús.
6. Belén es la casa del pan y la morada de la paz. Belén es la imagen del universo devuelto a su Creador. Allí la vida brilla en todo su esplendor. Dejemos que Belén ilumine nuestro mundo, nuestra familia y nuestro corazón. ¡Feliz Navidad!
2. La Santa Iglesia nos invita a mirar este misterio sublime de la Encarnación del Hijo de Dios y, desde Belén, a reconstruir la averiada relación con Dios, con los hermanos y con la creación a causa del pecado original.
3. En Belén aprendemos a ser hijos de Dios, puesto que el Padre envió a su Hijo ha hacerse hombre y hermano nuestro. En el Hijo, en Jesucristo, estamos llamados a ser hijos de Dios. Por Jesucristo sabemos algo de Dios: que él es Padre, que nos ama y que nos regaló lo mejor que tiene: su amor, manifestado en Cristo. Ya podemos rezar el Padrenuestro.
4. La fraternidad humana, que se rompió cuando Caín mató a su hermano Abel, ahora es restaurada en Cristo. Él vino a congregar en la unidad a los hijos de Dios, dispersos y divididos por el pecado. En Cristo estamos llamados a construir la fraternidad universal, bajo la mirada de un Padre común. La verdadera vocación humana es a la fraternidad, mediante el amor. La Iglesia es escuela de fraternidad.
5. En Belén confluyen todos los elementos de la creación en armoniosa concurrencia: Las pajas, el pesebre y los animales; los reyes y los pastores; los ángeles y los coros celestiales; el frío y las tinieblas de la noche son iluminadas por la claridad del cielo; el amor de una madre, María, y la solicitud de un padre, señor san José, brindan sustento, cobijo y protección al débil, al recién nacido. Cuando nace un niño, renace Jesús.
6. Belén es la casa del pan y la morada de la paz. Belén es la imagen del universo devuelto a su Creador. Allí la vida brilla en todo su esplendor. Dejemos que Belén ilumine nuestro mundo, nuestra familia y nuestro corazón. ¡Feliz Navidad!
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