Hemos ya terminado el mes de la Gloriosa Santa Ana, en preparación a la Solemnidad de los Padres de la Inmaculada, donde como familia suya nos reuniremos para dar gracias a nuestro Padre Dios por las maravillas que ha obrado él en cada uno de nosotros por la intercesión de nuestra Madre. Llamar a Santa Ana Madre de la Inmaculada nos inserta en aquel misterio de redención ya presente inmediatamente después del pecado original, es que el amor de Dios es infinitamente más fuerte de la debilidad humana.
Pero, a primera vista podemos decepcionarnos si se nos dice que no se conocen datos ciertos sobre los padres de María. Es cierto que los cuatro evangelistas no dicen nada sobre ellos, y por lo tanto, ni mucho menos mencionaron sus nombres.
Y ahora es lógico que nos preguntemos ¿de dónde sabemos que se llamaron Joaquín y Ana?, pues... de los Evangelios Apócrifos, (apócrifo, en el sentido etimológico de la palabra, significa “cosa oculta” y apócrifos se llamaron los muchos evangelios, que al margen de los cuatro canónicos, pulularon por la Iglesia primitiva. Los más de ellos surgían por la curiosidad de los primeros cristianos que se sentían insatisfechos de la parquedad de los cuatro evangelios “oficiales” y trataban de llenar, con su imaginación, los “huecos” que los canónicos dejaban). Son pues, narraciones que quisieron completar datos que faltaban en los Evangelios del Nuevo Testamento y que fueron muy apreciados en Oriente. Los evangelios apócrifos que más narran la vida de los padres de María fueron el "Libro sobre la Natividad de María" y el "Protoevangelio de Santiago". Aunque la Iglesia Católica no acepta los evangelios apócrifos como libros inspirados, tampoco los ha rechazado en algunos casos para completar la devoción popular, ya que gracias a ellos conocemos, entre otras cosas, que los padres de María se llamaban Joaquín y Ana.
La devoción a Santa Ana es muy antigua y popular, en la Iglesia del Oriente ya se le veneraba en el siglo IV, el 25 de julio del año 550 el emperador Justino I construyó una basílica dedicada a Santa Ana en Constantinopla, la actual ciudad turca de Estambul. Desde entonces, las iglesias orientales celebraron su fiesta en esa fecha. Siglos más tarde, y sobre todo a raíz de las cruzadas, esta fiesta se difundió en Occidente, pero la celebración no se colocó en el mismo día sino en el siguiente, el 26. En 1382, el Papa Urbano VI publicó el primer decreto pontificio referente a Santa Ana, concediendo la celebración de la fiesta de la Santa a los obispos de Inglaterra exclusivamente, tal como se lo habían pedido algunos ingleses. Finalmente, en 1584 la fiesta quedó fijada para toda la Iglesia, tanto en los países orientales como en los occidentales, el 26 de julio.
Y es así que la devoción a Santa Ana se difunde por toda la Iglesia y mucha gente recurre a ella para obtener de Dios algún favor ya que grande es su dignidad por ser la Madre de la Virgen María, predestinada desde toda la eternidad para ser Madre del Hijo de Dios.
Sin embargo en la vida espiritual de Madre Rosa, Santa Ana no formaba parte de su devoción. Ella se consideraba toda de María y esto es comprensible, ya que en 1854, Su Santidad Pío IX había proclamado el Dogma de la Inmaculada Concepción y esto había generado una ferviente devoción hacia la Madre de Dios. Pero será la Santa Madre que conquistará poco a poco el corazón de Rosa, previamente ella confesaba que por nada podía adaptarse a amarla y a tenerla por Madre; pero el amor a Santa Ana penetrará en ella tan fuertemente, que no solo se desvanecerá esta indiferencia sino que el amor hacia ella se hará tan fuerte, y la invocará por Madre. Pero esto ha sido un proceso gradual.
p. Martin hsa.
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