UNA ROSA, UNA MADRE.
En estos días celebraremos los110¬a aniversario de la muerte de Rosa Gattorno (6 de mayo 1900) y, simultáneamente, hemos celebrado el 10° aniversario de su beatificación (09 de abril). Rosa Gattorno que nació en Génova, 14 de octubre 1831, estuvo casada, fue madre de tres hijos, quedó viuda a los 34 años y luego en 1866, en Piacenza fundó el Instituto de Hijas de San Anna; de la cual, con el tiempo, han surgido nuevos brotes: la rama de la vida Contemplativa, la Asociación Pública de Fieles Hijos de Santa Ana, el Instituto Secular de las hijas de Santa Ana y el Movimiento de la Esperanza. En 1994, mientras estudiaba filosofía en el Seminario “Del Espíritu santo” (La Paz), accidentalmente conocí a las Hijas de Santa Ana, desde entonces quedé enamorado del estilo de vida que ellas vivían, sobre todo su acogida materna, el marcado espíritu de familia que se respiraba en cada comunidad y la sencillez con que testimoniaban su consagración religiosa. Por medio de ellas empecé a acercarme y a conocer más profundamente la figura de la Madre Rosa, mujer fuerte e intrépida, Madre y Rosa, que sabía escribir e interpretar la vida cotidiana, su vida fue un capítulo fecundo en la historia de la vida consagrada y en historia de la Iglesia moderna. Cautivado por su figura y deseoso de gastar mi vida en el servicio a los demás, como lo hizo ella, el año de 1999 ingresé al aspirantado de los Hijos de Santa Ana en La Paz, luego proseguí mi formación religiosa en Lima – Perú. Y, ahora con la gracia de Dios, desde el 3 de noviembre de 2009, soy sacerdote Hijo de Santa Ana.
Mi vocación fue iluminada por la vida y el carisma de Madre Rosa, en su entrega y cuidado amoroso a los más necesitados y las niñas en peligro. Ella desde su viudez acoge, con alegría, la invitación de Jesús y se aproxima más a él para entender mejor el sufrimiento de los pobres, y no es un sentimiento puramente afectivo, sino efectivo: Rosa descubrió su identidad en su dedicación a los enfermos pobres, asistiéndoles tanto en los hospitales como en sus domicilios. En ellos descubría la imagen de su Señor Crucificado, ya como fundadora, solía llamar a las Hijas de Santa Ana “pobres siervas de Jesús”. El camino trazado por Dios para ella, fue un camino de cruz: empezó con la pérdida financiera de su esposo, luego la muerte de su esposo e hijo, todo esto entre la pobreza y la humillación. Y será el Crucifijo quién trazará el camino que Madre Rosa y sus hijas espirituales recurrirán juntas. Ahora nos toca vivir en un mundo marcado por el cálculo y el poder que tienden a apagar las luces de esperanza; pero Madre Rosa nos revela en su fragilidad femenina, todo el poder de la FE que la sostenía. Como una vasija en las manos del alfarero, fue dócil instrumento en el proyecto de Dios, en una sociedad profundamente marcada por las turbulencias políticas y revolucionarias, y las ideologías que sacudieron la sociedad italiana de su tiempo.
Bajo su guía el Instituto de las Hijas de San Anna ha experimentado una temporada maravillosa de espíritu misionero que llevó a la joven Congregación a pasar las fronteras "como el vuelo de una paloma” para tener una presencia concreta y amante en todo el mundo, como había profetizado el Papa Pío IX en audiencia de 1866. Desde los barrios pobres de América Latina a los pueblos remotos en el corazón del África, India, Australia y Filipinas, desde Egipto a Palestina, Israel y EEUU, las Hijas de San Ana continúan dando testimonio del carisma de su fundadora Rosa Gattorno, que siempre será una MADRE.
En estos días celebraremos los110¬a aniversario de la muerte de Rosa Gattorno (6 de mayo 1900) y, simultáneamente, hemos celebrado el 10° aniversario de su beatificación (09 de abril). Rosa Gattorno que nació en Génova, 14 de octubre 1831, estuvo casada, fue madre de tres hijos, quedó viuda a los 34 años y luego en 1866, en Piacenza fundó el Instituto de Hijas de San Anna; de la cual, con el tiempo, han surgido nuevos brotes: la rama de la vida Contemplativa, la Asociación Pública de Fieles Hijos de Santa Ana, el Instituto Secular de las hijas de Santa Ana y el Movimiento de la Esperanza. En 1994, mientras estudiaba filosofía en el Seminario “Del Espíritu santo” (La Paz), accidentalmente conocí a las Hijas de Santa Ana, desde entonces quedé enamorado del estilo de vida que ellas vivían, sobre todo su acogida materna, el marcado espíritu de familia que se respiraba en cada comunidad y la sencillez con que testimoniaban su consagración religiosa. Por medio de ellas empecé a acercarme y a conocer más profundamente la figura de la Madre Rosa, mujer fuerte e intrépida, Madre y Rosa, que sabía escribir e interpretar la vida cotidiana, su vida fue un capítulo fecundo en la historia de la vida consagrada y en historia de la Iglesia moderna. Cautivado por su figura y deseoso de gastar mi vida en el servicio a los demás, como lo hizo ella, el año de 1999 ingresé al aspirantado de los Hijos de Santa Ana en La Paz, luego proseguí mi formación religiosa en Lima – Perú. Y, ahora con la gracia de Dios, desde el 3 de noviembre de 2009, soy sacerdote Hijo de Santa Ana.
Mi vocación fue iluminada por la vida y el carisma de Madre Rosa, en su entrega y cuidado amoroso a los más necesitados y las niñas en peligro. Ella desde su viudez acoge, con alegría, la invitación de Jesús y se aproxima más a él para entender mejor el sufrimiento de los pobres, y no es un sentimiento puramente afectivo, sino efectivo: Rosa descubrió su identidad en su dedicación a los enfermos pobres, asistiéndoles tanto en los hospitales como en sus domicilios. En ellos descubría la imagen de su Señor Crucificado, ya como fundadora, solía llamar a las Hijas de Santa Ana “pobres siervas de Jesús”. El camino trazado por Dios para ella, fue un camino de cruz: empezó con la pérdida financiera de su esposo, luego la muerte de su esposo e hijo, todo esto entre la pobreza y la humillación. Y será el Crucifijo quién trazará el camino que Madre Rosa y sus hijas espirituales recurrirán juntas. Ahora nos toca vivir en un mundo marcado por el cálculo y el poder que tienden a apagar las luces de esperanza; pero Madre Rosa nos revela en su fragilidad femenina, todo el poder de la FE que la sostenía. Como una vasija en las manos del alfarero, fue dócil instrumento en el proyecto de Dios, en una sociedad profundamente marcada por las turbulencias políticas y revolucionarias, y las ideologías que sacudieron la sociedad italiana de su tiempo.
Bajo su guía el Instituto de las Hijas de San Anna ha experimentado una temporada maravillosa de espíritu misionero que llevó a la joven Congregación a pasar las fronteras "como el vuelo de una paloma” para tener una presencia concreta y amante en todo el mundo, como había profetizado el Papa Pío IX en audiencia de 1866. Desde los barrios pobres de América Latina a los pueblos remotos en el corazón del África, India, Australia y Filipinas, desde Egipto a Palestina, Israel y EEUU, las Hijas de San Ana continúan dando testimonio del carisma de su fundadora Rosa Gattorno, que siempre será una MADRE.
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