El 09 de marzo1858: Rosa queda viuda. Pasado algún tiempo se inscribe en la Pía Unión de la Hijas de María Inmaculada y se adhiere a numerosas otras asociaciones. Se dedica a la asistencia de los enfermos y de los pobres. Toma el cordón de San Francisco como terciaria. El 8 de diciembre de ese mismo año hace votos perpetuos de castidad y obediencia. El 8 de diciembre de 1861 hace voto perpetuo de pobreza. Febrero de 1864, a pedido de Padre José Frassinetti, acepta la presidencia de las Hijas de María Inmaculada. En esta misma fecha recibe la inspiración de fundar una nueva Congregación religiosa.
1ª NOCHE. En Génova, febrero de 1864, recibe la primera inspiración, sin título, ella pone el nombre. Madre Rosa, después de revisar las “Reglas de la Pía Unión de la Nuevas Ursulinas Hijas de Santa María Inmaculada”, nos relata lo siguiente: “Terminado me sentí fuera de mí, doblé todo y de nuevo tomé mi Crucifijo y le agradecía. ¡Oh! Lo abrazaba, Amor mío. Dicho esto quedé de nuevo en éxtasis, y sentía claramente que Él mismo me dictaba una Regla. Así me dijo, y lo que me dictaba era tan claro; parecía me producía un efecto distinto. Escribe pronto todo lo que te he dicho. Estas fueron las últimas palabras y, recobrada, no tardé en obedecer. Escribí todo lo que me había dicho y lo guardé con cuidado. Me puse de nuevo a rezar y nada me preocupaba”.
Nos relata en sus Memorias: "Aquellas Reglas que había escondido comenzaron a molestarme, porque una voz interna me atormentaba diciéndome que debía hacerlas ver, que era obra suya, más yo alejaba el pensamiento, y para decir mejor, no entendía qué cosa quería. Una noche: ¿qué quieres mi querido Crucifijo? ¿Por qué tengo que hacer ver este escrito? ¿Para qué va a servir? Me respondió: para la Obra que quiero; será grande. Dios mío, me puse a pensar y no entendía nada". Frente a esto hay una lucha interna en Rosa, ella no se siente capaz de iniciar esta obra, aunque todo y todos dicen lo contrario. Pide audiencia al Papa, y, el 3 de enero de 1866, se da la audiencia privada con Pío IX, el Papa le impone fundar el Instituto. En esta experiencia de Madre Rosa, está la interrogación que le hace el Santo Padre: si también el título del Instituto puesto por ella, lo había recibido de Dios, porque se leía: “Hijas de María Inmaculada”. Rosa respondió que aquel título no lo había recibido de lo alto, sino que lo había puesto por que, siendo ella muy devota de la Inmaculada e Hija de María, era su deseo que así se llamasen las religiosas del nuevo instituto. “Bien – repuso el Papa – por ahora que sea así; pero cuando tengas el verdadero título, si Dios querrá que sea otro, tú obedecerás y de inmediato se pondrá aquel que el Señor asignará”. A lo que ella responde: “Sí Santidad, le obedeceré”.
Ahora bien, una figura muy importante en la fundación del Instituto es el Padre Juan Bautista Tornatore, Misionero de San Vicente de Paul, profesor de Colegio Alberoni de Plasencia, él cultivaba el deseo de que en la Iglesia naciese una Familia religiosa de “Hijas de la Inmaculada Maternidad de Santa Ana”. “Hijas de Santa Ana”, la mujer en cuyo vientre fue concebida inmaculada, la Madre de Jesús. Más tarde Rosa lo elegirá como confesor a este docto sacerdote, quien apenas conoce a Madre Rosa da comienzo a una significativa correspondencia y le comunicó su ideal “Santa Ana tendrá familia”. En estas cartas Padre Tornatore no se cansa de elogiar a Santa Ana, y, junto con ella presenta también al Padre Bernardo María Clausi. Junto con sus cartas envía una copia del mes de la Augusta Madre de la Inmaculada con algunas imágenes suyas. Para Madre Rosa – siempre vigilante y pronta a acoger cada mensaje de Dios, consiente como era que en su vida, en su Obra era El que señalaba el camino – su encuentro con Padre Tornatore no fue “un encuentro al azar” sino “la puerta abierta” por la cual el Señor le pedía entrar.
31 de mayo de 1966: “… hoy es la fiesta de su corazón; yo entiendo congratularme con esta imagen de la gran abuela de Jesús Sacramentado de la cual pondrá una en cada libro de devoción de sus hijas a fin de que sean muy, muy, muy devotas y devotísimas. Quien conoce a Santa Ana, misterio de las mujeres ¡… Santa de las Santas!... Nada grande digno de ella está dicho, hasta que no se haya dicho que es la gran Madre de la Inmaculada".
4 de julio de 1866: el Padre Tornatore hace a la Madre una propuesta inesperada en torno al nombre del nuevo Instituto “Estoy curioso de saber si las monjas que vi en sueños hace años en el mes de la gloriosa Santa Ana (creo que el sueño fue verdaderamente divino) eran de las suyas y quién habrá sido aquella que con aire de paraíso me selló el corazón: basta, mi Santa Ana ha de tener Familia, la más respetable que haya surgido o sea que está por surgir en la Iglesia de Dios. Oh si pudiese tener sobre mi tumba un poco del polvo pisoteado por estas celestiales hijas, hermanas de María Santísima, esposas de Jesús”
El 9 de septiembre vuelve sobre el mismo argumento: “Las Hijas de la Inmaculada maternidad de Santa Ana no existen todavía: rece para que Dios las haga nacer siendo aquellas que deben consolar al mundo”. Y el 27 de septiembre, después de haber hablado de Santa Ana, repite expresiones ya dichas: “Si pudiese tener sobre el sepulcro un poco de polvo pisado por las elegidas y prodigiosas hijas de la Inmaculada maternidad qué alivio experimentaría (…) Ruegue a Jesús para que pronto haga llegar para la Iglesia estos días felices”
Ahora bien, el hecho de confiar al Padre Tornatore la dirección del Instituto significará para Madre Rosa un sacrificio costoso: el tener que cambiar el nombre, adoptando el de Hijas de Santa Ana. Ella misma confiesa: “me resultaba del todo imposible adaptarme a amarla y tenerla por Madre”, y será aquí que se dará otra experiencia que marcará la fisonomía del nuevo Instituto.
2ª NOCHE. En Plasencia, en la capillita de San José, recibe el don de Santa Ana, octubre – noviembre de 1866. (No será Madre Rosa la que ponga el nombre, sino Dios). Ella misma nos relata en sus memorias que, al llegar a Casa Dal Verme, (el 26 de marzo – día de Santa Ana – compra la casa) en lo primero que se ocupó fue de buscar un espacio para la oración: “Apenas llegamos a esta casa vieja, yo busqué un pequeño cuartito no tan deteriorado para hacer la capillita, que el Obispo bendijo y dejó al Señor. ¡Oh! Cómo me sentía feliz de tener a Mi Bien conmigo y me pasaba las noches enteras. ¡Ah! Qué no tuve”.
En una de estas noches mientras me encontraba sola, y oraba mucho, y en la oración misma sentía una unión tan íntima con Dios, cuando por una gran luz se iluminó la capillita y se me apareció la Virgen Santísima y Santa Ana y más abajo, como si estuviese de rodillas hacia la virgen Santísima, San Francisco de Asís. (en la Constitución dogmática Dei Verbum nº 2 dice: “Dios se revela con palabras y gestos intrínsecamente unidos entre sí y que se esclarecen mutuamente). La Inmaculada, enérgicamente y con voz clara me dijo: “Deseo que el título de las Reglas sea “Hijas de Santa Ana, Madre mía (y al decir esto la señalaba). Cedo con gran satisfacción a mi Madre esta Obra; no te aflijas: siempre tendré hecho a mí lo que tú hagas por ella”. Permanecí estática, mientras decía las dos últimas palabras desaparecieron todos, los tres y a mí siempre me parecía verlos y no decía nada; de este modo permanecí bastante tiempo, vuelta en mí me di cuenta que había pasado mucho tiempo”. Solamente después de la intervención de María Inmaculada, Madre Rosa será inducida a aceptar el nombre de “Hijas de Santa Ana” para el Instituto. Dios prepara a los que van a recibir la inspiración. Madre Rosa, no hubiera entendido si desde el principio le hubiera revelado el nombre, este fue la primera preparación.
Después de esta experiencia Rosa recordó la obligación de advertir al Papa Pío IX si hubiese tenido comunicación de otro nombre para el Instituto. El tiempo apretaba (la primera vestición estaba fijada para el 8 de diciembre) por lo que se decidió a escribir al Cardenal Patrizi incluyendo una carta para el Sumo Pontífice. De inmediato tuvo la respuesta de llamar a su Instituto “Hijas de Santa Ana”. Entonces avisó al Obispo y a las Hermanas que estaban por tomar el velo manifestando sólo la orden recibida de Roma.
Esta experiencia que tiene Rosa es una confirmación sobrenatural: Dios quiere que el Instituto se llame: “Hijas de Santa Ana”. ¿Será sólo cambio de título? No lo es. Rosa guiará a su Instituto a reconocer a Santa Ana y a amarla en la figura que el Padre Tornatore magistralmente delineó en la Regla de 1869: “En mí tuvieron cumplimiento todas las justicias y toda la santidad de la ley antigua, en mí reposaron los gemidos, los suspiros, las lágrimas y las oraciones de todos los justos del Antiguo Testamento, porque en mí, como de fecundísima raíz de Jessé , germinaron mi Hija inmaculada y Jesucristo, su Hijo e Hijo de Dios, fuente de la nueva Ley del Amor” Hijas de Santa Ana entonces, no perderán a María inmaculada. (Fecha probable entre octubre y noviembre de 1866 porque la Madre afirma que la vestición era inminente; además como ya ha sido evidenciado, hasta el 27 de septiembre Padre Tornatore augura el surgir de las Hijas de Santa Ana en la Iglesia)
Ahora bien podríamos preguntarnos: ¿Por qué María presenta a santa Ana? Porque es su Madre y no sólo eso: hay quienes negaban la existencia de Santa Ana. Frente a esto podemos decir que nosotros tenemos dos fuentes que testifican que sí existió: Jesús, el nieto y María su Hija: por los frutos conocemos. En los Evangelios, especialmente en Mateo y Lucas, en la genealogía que nos presentan podemos llegar a santa Ana. El rol que ocupó Santa Ana en la Historia de la Salvación, de la cual María tomó conciencia a través de Ana y Joaquín: “He aquí la esclava del Señor”, y más tarde en su Magníficat la Virgen nos lleva al comienzo, a los orígenes. Dios al darnos a Santa Ana nos enraíza con lo orígenes de la creación; se baza en toda la espiritualidad de los siglos. Las Hijas de Santa Ana fundamentan su espiritualidad en toda la riqueza espiritual del Pueblo de Israel, y todos los pueblos desde la creación del mundo, desde Abraham. Hemos sido enraizados en esa espera del resto de Israel.
LAS REGLAS DEL INSTITUTO Y EL PADRE BERNARDO MARÍA CLAUSI
Madre Rosa nos narra en sus memorias: “El pensamiento que Pío IX quería pronto el Reglamento interno me preocupaba. Ella no sólo atribuye un origen sobrenatural al título del Instituto, sino que reconoce como don infuso el amor que ella comenzó a profesar a la Santa después de que se le apareció en Placencia: “Rezaba mucho, pero no sentía nada. Una noche mientras estaba sola en la capilla, he aquí que se me aparece Santa Ana y Padre Bernardo, que lo conocía porque el Señor Tornatore me había dado su retrato. – Qué… diciendo así quedé confusa. Qué bella era la santa Madre, en el acto de acariciarme, se me acercó mucho y me comunicó un amor tan fuerte por ella. Porque debo confesar que por nada podía adaptarme a amarla y a tenerla por madre. El amor a Santa Ana había penetrado en mí tan fuertemente, que se desvaneció absolutamente cuanto había de indiferencia en mí, y se hizo tan fuerte, que la invocaba en todas mis necesidades y siempre quedaba satisfecha de los efectos: en los aprietos económicos, en los viajes, en todo…” ; tan grabada me quedó que siempre la tenía delante de los ojos. – Oh Mamá mía – siempre exclamaba. Y el Padre Bernardo dice estas palabras: “el Reglamento que tú deseas, dile que lo haga el Señor Tornatore”. Y desaparecieron los dos.
1ª NOCHE. En Génova, febrero de 1864, recibe la primera inspiración, sin título, ella pone el nombre. Madre Rosa, después de revisar las “Reglas de la Pía Unión de la Nuevas Ursulinas Hijas de Santa María Inmaculada”, nos relata lo siguiente: “Terminado me sentí fuera de mí, doblé todo y de nuevo tomé mi Crucifijo y le agradecía. ¡Oh! Lo abrazaba, Amor mío. Dicho esto quedé de nuevo en éxtasis, y sentía claramente que Él mismo me dictaba una Regla. Así me dijo, y lo que me dictaba era tan claro; parecía me producía un efecto distinto. Escribe pronto todo lo que te he dicho. Estas fueron las últimas palabras y, recobrada, no tardé en obedecer. Escribí todo lo que me había dicho y lo guardé con cuidado. Me puse de nuevo a rezar y nada me preocupaba”.
Nos relata en sus Memorias: "Aquellas Reglas que había escondido comenzaron a molestarme, porque una voz interna me atormentaba diciéndome que debía hacerlas ver, que era obra suya, más yo alejaba el pensamiento, y para decir mejor, no entendía qué cosa quería. Una noche: ¿qué quieres mi querido Crucifijo? ¿Por qué tengo que hacer ver este escrito? ¿Para qué va a servir? Me respondió: para la Obra que quiero; será grande. Dios mío, me puse a pensar y no entendía nada". Frente a esto hay una lucha interna en Rosa, ella no se siente capaz de iniciar esta obra, aunque todo y todos dicen lo contrario. Pide audiencia al Papa, y, el 3 de enero de 1866, se da la audiencia privada con Pío IX, el Papa le impone fundar el Instituto. En esta experiencia de Madre Rosa, está la interrogación que le hace el Santo Padre: si también el título del Instituto puesto por ella, lo había recibido de Dios, porque se leía: “Hijas de María Inmaculada”. Rosa respondió que aquel título no lo había recibido de lo alto, sino que lo había puesto por que, siendo ella muy devota de la Inmaculada e Hija de María, era su deseo que así se llamasen las religiosas del nuevo instituto. “Bien – repuso el Papa – por ahora que sea así; pero cuando tengas el verdadero título, si Dios querrá que sea otro, tú obedecerás y de inmediato se pondrá aquel que el Señor asignará”. A lo que ella responde: “Sí Santidad, le obedeceré”.
Ahora bien, una figura muy importante en la fundación del Instituto es el Padre Juan Bautista Tornatore, Misionero de San Vicente de Paul, profesor de Colegio Alberoni de Plasencia, él cultivaba el deseo de que en la Iglesia naciese una Familia religiosa de “Hijas de la Inmaculada Maternidad de Santa Ana”. “Hijas de Santa Ana”, la mujer en cuyo vientre fue concebida inmaculada, la Madre de Jesús. Más tarde Rosa lo elegirá como confesor a este docto sacerdote, quien apenas conoce a Madre Rosa da comienzo a una significativa correspondencia y le comunicó su ideal “Santa Ana tendrá familia”. En estas cartas Padre Tornatore no se cansa de elogiar a Santa Ana, y, junto con ella presenta también al Padre Bernardo María Clausi. Junto con sus cartas envía una copia del mes de la Augusta Madre de la Inmaculada con algunas imágenes suyas. Para Madre Rosa – siempre vigilante y pronta a acoger cada mensaje de Dios, consiente como era que en su vida, en su Obra era El que señalaba el camino – su encuentro con Padre Tornatore no fue “un encuentro al azar” sino “la puerta abierta” por la cual el Señor le pedía entrar.
31 de mayo de 1966: “… hoy es la fiesta de su corazón; yo entiendo congratularme con esta imagen de la gran abuela de Jesús Sacramentado de la cual pondrá una en cada libro de devoción de sus hijas a fin de que sean muy, muy, muy devotas y devotísimas. Quien conoce a Santa Ana, misterio de las mujeres ¡… Santa de las Santas!... Nada grande digno de ella está dicho, hasta que no se haya dicho que es la gran Madre de la Inmaculada".
4 de julio de 1866: el Padre Tornatore hace a la Madre una propuesta inesperada en torno al nombre del nuevo Instituto “Estoy curioso de saber si las monjas que vi en sueños hace años en el mes de la gloriosa Santa Ana (creo que el sueño fue verdaderamente divino) eran de las suyas y quién habrá sido aquella que con aire de paraíso me selló el corazón: basta, mi Santa Ana ha de tener Familia, la más respetable que haya surgido o sea que está por surgir en la Iglesia de Dios. Oh si pudiese tener sobre mi tumba un poco del polvo pisoteado por estas celestiales hijas, hermanas de María Santísima, esposas de Jesús”
El 9 de septiembre vuelve sobre el mismo argumento: “Las Hijas de la Inmaculada maternidad de Santa Ana no existen todavía: rece para que Dios las haga nacer siendo aquellas que deben consolar al mundo”. Y el 27 de septiembre, después de haber hablado de Santa Ana, repite expresiones ya dichas: “Si pudiese tener sobre el sepulcro un poco de polvo pisado por las elegidas y prodigiosas hijas de la Inmaculada maternidad qué alivio experimentaría (…) Ruegue a Jesús para que pronto haga llegar para la Iglesia estos días felices”
Ahora bien, el hecho de confiar al Padre Tornatore la dirección del Instituto significará para Madre Rosa un sacrificio costoso: el tener que cambiar el nombre, adoptando el de Hijas de Santa Ana. Ella misma confiesa: “me resultaba del todo imposible adaptarme a amarla y tenerla por Madre”, y será aquí que se dará otra experiencia que marcará la fisonomía del nuevo Instituto.
2ª NOCHE. En Plasencia, en la capillita de San José, recibe el don de Santa Ana, octubre – noviembre de 1866. (No será Madre Rosa la que ponga el nombre, sino Dios). Ella misma nos relata en sus memorias que, al llegar a Casa Dal Verme, (el 26 de marzo – día de Santa Ana – compra la casa) en lo primero que se ocupó fue de buscar un espacio para la oración: “Apenas llegamos a esta casa vieja, yo busqué un pequeño cuartito no tan deteriorado para hacer la capillita, que el Obispo bendijo y dejó al Señor. ¡Oh! Cómo me sentía feliz de tener a Mi Bien conmigo y me pasaba las noches enteras. ¡Ah! Qué no tuve”.
En una de estas noches mientras me encontraba sola, y oraba mucho, y en la oración misma sentía una unión tan íntima con Dios, cuando por una gran luz se iluminó la capillita y se me apareció la Virgen Santísima y Santa Ana y más abajo, como si estuviese de rodillas hacia la virgen Santísima, San Francisco de Asís. (en la Constitución dogmática Dei Verbum nº 2 dice: “Dios se revela con palabras y gestos intrínsecamente unidos entre sí y que se esclarecen mutuamente). La Inmaculada, enérgicamente y con voz clara me dijo: “Deseo que el título de las Reglas sea “Hijas de Santa Ana, Madre mía (y al decir esto la señalaba). Cedo con gran satisfacción a mi Madre esta Obra; no te aflijas: siempre tendré hecho a mí lo que tú hagas por ella”. Permanecí estática, mientras decía las dos últimas palabras desaparecieron todos, los tres y a mí siempre me parecía verlos y no decía nada; de este modo permanecí bastante tiempo, vuelta en mí me di cuenta que había pasado mucho tiempo”. Solamente después de la intervención de María Inmaculada, Madre Rosa será inducida a aceptar el nombre de “Hijas de Santa Ana” para el Instituto. Dios prepara a los que van a recibir la inspiración. Madre Rosa, no hubiera entendido si desde el principio le hubiera revelado el nombre, este fue la primera preparación.
Después de esta experiencia Rosa recordó la obligación de advertir al Papa Pío IX si hubiese tenido comunicación de otro nombre para el Instituto. El tiempo apretaba (la primera vestición estaba fijada para el 8 de diciembre) por lo que se decidió a escribir al Cardenal Patrizi incluyendo una carta para el Sumo Pontífice. De inmediato tuvo la respuesta de llamar a su Instituto “Hijas de Santa Ana”. Entonces avisó al Obispo y a las Hermanas que estaban por tomar el velo manifestando sólo la orden recibida de Roma.
Esta experiencia que tiene Rosa es una confirmación sobrenatural: Dios quiere que el Instituto se llame: “Hijas de Santa Ana”. ¿Será sólo cambio de título? No lo es. Rosa guiará a su Instituto a reconocer a Santa Ana y a amarla en la figura que el Padre Tornatore magistralmente delineó en la Regla de 1869: “En mí tuvieron cumplimiento todas las justicias y toda la santidad de la ley antigua, en mí reposaron los gemidos, los suspiros, las lágrimas y las oraciones de todos los justos del Antiguo Testamento, porque en mí, como de fecundísima raíz de Jessé , germinaron mi Hija inmaculada y Jesucristo, su Hijo e Hijo de Dios, fuente de la nueva Ley del Amor” Hijas de Santa Ana entonces, no perderán a María inmaculada. (Fecha probable entre octubre y noviembre de 1866 porque la Madre afirma que la vestición era inminente; además como ya ha sido evidenciado, hasta el 27 de septiembre Padre Tornatore augura el surgir de las Hijas de Santa Ana en la Iglesia)
Ahora bien podríamos preguntarnos: ¿Por qué María presenta a santa Ana? Porque es su Madre y no sólo eso: hay quienes negaban la existencia de Santa Ana. Frente a esto podemos decir que nosotros tenemos dos fuentes que testifican que sí existió: Jesús, el nieto y María su Hija: por los frutos conocemos. En los Evangelios, especialmente en Mateo y Lucas, en la genealogía que nos presentan podemos llegar a santa Ana. El rol que ocupó Santa Ana en la Historia de la Salvación, de la cual María tomó conciencia a través de Ana y Joaquín: “He aquí la esclava del Señor”, y más tarde en su Magníficat la Virgen nos lleva al comienzo, a los orígenes. Dios al darnos a Santa Ana nos enraíza con lo orígenes de la creación; se baza en toda la espiritualidad de los siglos. Las Hijas de Santa Ana fundamentan su espiritualidad en toda la riqueza espiritual del Pueblo de Israel, y todos los pueblos desde la creación del mundo, desde Abraham. Hemos sido enraizados en esa espera del resto de Israel.
LAS REGLAS DEL INSTITUTO Y EL PADRE BERNARDO MARÍA CLAUSI
Madre Rosa nos narra en sus memorias: “El pensamiento que Pío IX quería pronto el Reglamento interno me preocupaba. Ella no sólo atribuye un origen sobrenatural al título del Instituto, sino que reconoce como don infuso el amor que ella comenzó a profesar a la Santa después de que se le apareció en Placencia: “Rezaba mucho, pero no sentía nada. Una noche mientras estaba sola en la capilla, he aquí que se me aparece Santa Ana y Padre Bernardo, que lo conocía porque el Señor Tornatore me había dado su retrato. – Qué… diciendo así quedé confusa. Qué bella era la santa Madre, en el acto de acariciarme, se me acercó mucho y me comunicó un amor tan fuerte por ella. Porque debo confesar que por nada podía adaptarme a amarla y a tenerla por madre. El amor a Santa Ana había penetrado en mí tan fuertemente, que se desvaneció absolutamente cuanto había de indiferencia en mí, y se hizo tan fuerte, que la invocaba en todas mis necesidades y siempre quedaba satisfecha de los efectos: en los aprietos económicos, en los viajes, en todo…” ; tan grabada me quedó que siempre la tenía delante de los ojos. – Oh Mamá mía – siempre exclamaba. Y el Padre Bernardo dice estas palabras: “el Reglamento que tú deseas, dile que lo haga el Señor Tornatore”. Y desaparecieron los dos.
3ª NOCHE. En Plasencia, Santa Ana y Padre Bernardo María Clausi (fecha probable después del 8 de diciembre de 1866. Santa Ana no dice nada, se le acerca, la acaricia, le comunica un gran amor. Santa Ana no había sido devoción de Madre Rosa. El que habla es el padre Bernardo: “Dile al Padre Tornatore que te lo haga el reglamento.
Se dan dos cosas que Dios le regala a Madre Rosa.
1. Aquí se da la transformación del corazón de Madre Rosa. Santa Ana la transforma ¿Cómo explicar esta transformación a las demás hermanas?
2. Indicación para la elaboración de las Reglas: Padre Tornatore.
Estas experiencias serán el comienzo de una nueva forma de espiritualidad con la que Rosa se identificará de lleno en su papel de fundadora: ella quiso vestir el hábito en la fiesta de santa Ana, el 26 de julio de 1867, y tomar el nombre de Ana, precediendo al de bautismo, ejemplo que será seguido por todas las Hijas de Santa Ana. Así la Madre de María viene a ser el modelo de cada hija suya por su docilidad al designio de Dios…: “El fin propio, que distingue a las Hijas de Santa Ana…, es hacer profesión de dar un culto muy particular a la gloriosa Santa Ana, Madre de la Inmaculada… El Instituto profesa, entre otras virtudes, la compasión del corazón de santa Ana, mediante la asistencia a los enfermos a domicilio… Se ocupan también en recoger a las niñas en peligro, preservándolas de perder la inocencia y la virtud: y también en esto honramos el cuidado que tuvo santa Ana de la Niña Inmaculada…”.
En la relación epistolar que ella mantuvo con muchas amistades, pero de manera particular con sus hijas espirituales, también veremos un cambio que se dio en la Madre, especialmente en el encabezamiento que ella solía colocar en sus cartas:
MIF María Inmaculada Francisco, agosto 1866.
MAF María, Ana, Francisco 5, II – 2, V 1867.
AMF Ana, María, Francisco, 9 de IV 1867. Antes de esta fecha hubo la intervención de Santa Ana.
Se siente apoyada, guiada, ilustrada por la Santa Madre en cualquier preocupación; está persuadida de que el progreso de la Obra de Dios se debe a la asistencia de una tal Maestra. Pero experimenta además, en la proximidad habitual de la Santa, una especie de espejo que la ayuda a discernir cuándo las cosas van bien y cuándo no: “Mi estrella, Santa Ana, cada mañana me pronostica del día, ya que, si me esperan tribulaciones, se me deja ver pálida y triste, si se trata de muerte o de cosas poco rectas que hacen las hermanas y que van contra la Regla, la veo cubierta de un velo negro”.
Reconocía a Santa Ana como la primera superiora del Instituto; en señal de ello prendió la llave de la casa de Placencia a una estatuita de la Santa Madre. En las circulares anuales inculca ardientemente a las religiosas la devoción y el amor a la Santa, la propone como modelo de una verdadera religiosa, insiste en la eficacia de su protección en el camino del Instituto: “Ella lo dirige, lo defiende, lo gobierna”. Quiere que sea invocada en cada comunidad, que su imagen presida no sólo cada capilla del Instituto, sino también toda actividad de las hermanas; y que éstas se esfuercen por propagar su devoción entre los fieles.
La expresión comunitaria, que las Hijas de Santa Ana repetirán con frecuencia, es la jaculatoria Sea bendita nuestra Gloriosa Madre santa Ana, Madre de la Inmaculada: “En esta jaculatoria se contiene una profesión de fe, con la cual nosotros creemos que María, en el seno de nuestra Madre, fue concebida Inmaculada en el primer instante de su concepción… Y ya que esta jaculatoria es casi continua de la mañana a la tarde, mediante ella hace el Instituto como un continuo acto de fe en la concepción inmaculada de María, “la jaculatoria que diariamente decimos después de nuestras oraciones y comidas o antes de dormir, en la que invocamos a Santa Ana, ¿Qué significa? ¿Es una simple devoción? O ¿un pedir su protección? No es sólo eso, va mucho más allá: es decirle a Dios que el proyecto que él tuvo para ella, sea también nuestro proyecto: esperar como ella esperó, es hacernos miembros de ese Pequeño Resto de Israel: los Anawin.
Madre Rosa, con todo, no dejó de prevenir a las religiosas contra el peligro de un devocionalismo inconsistente. Santa Ana no constituye el término de la verdadera piedad: la misma función maternal que tuvo en vida, que fue la de dar al mundo a María y, por María, dar al mundo a Jesús, la ejercita también ahora; si atrae el afecto de sus hijas es para hacer crecer en ellas el amor a María y a Jesús: “Cuántos hechos les podría referir para demostrarles cómo la Santa Madre, Madre de la gran Madre de Dios, quiere ser invocada por sus hijas en sus necesidades y amada como Madre que nos conduce a la excelsa Virgen santísima y a Dios bendito. Nos ama, porque desea que seamos todas purificadas en esos dos corazones de Jesús y de María, consumadas en ese dulcísimo amor”
A continuación coloco algunas de las frases que Madre Rosa solía infundir en sus hijas ya sea en las cartas, las circulares o las visitas que hacía a las comunidades:
“Con dolor intensísimo he sabido que D. y E. están enfermas. El Señor quiere humillarnos en todo. Respecto al médico yo pienso dirigirnos, antes que nadie, al médico de todas nuestras penas: nuestra Madre Santa Ana. ¿Ella sí que las sanará!”
“Hijas de Santa Ana Madre nuestra, procuren estar incluidas en el número de aquellas que con transportes de amor podrán decir: toda nuestra es la Santa Madre….”
“La Santa Madre no permitirá que tengan que sufrir. Ella defenderá siempre a sus hijas y las protegerá por todos los siglos, hasta el fin del mundo, sin ser molestada en lo más mínimo”
“El buen Dios y la tierna Madre Santa Ana te llevarán de la mano en el delicado desempeño de tu oficio”
“El fin propio, que distingue a la Hijas de Santa Ana (…) es hacer profesión de dar un culto muy particular a la gloriosa Santa Ana Madre de la Inmaculada”
“¡Qué bella era la Santa Madre en el acto de acariciarme!”
“Mi estrella Santa Ana, cada mañana me pronostica”
“¡Qué consuelo experimenté cuando la Madre Santa Ana se puso a reír y con un gesto de satisfacción me consoló!”
“Santa Ana me condujo de la mano como una niña en todo lo que hice”
“Experimenté una gran dulzura y seguridad de haber obtenido todo por medio de mi Santa Madre Ana”
“Quisiera poder hacerla amar (a Santa Ana) por todo el mundo ¡cuánto poder tiene junto al trono de Dios! Jesús no le niega nada”
“Hija espero encontrarte alegre y toda transformada en Santa Ana”
“Hija, tú debes poner tu fe en Dios, en Santa Ana y en María Santísima y verás que todo marcha bien”.
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