lunes, 23 de agosto de 2010

Caer en brazos de Dios

"A fin de imitar a Cristo nuestro Señor y asemejarme a Él, de verdad, cada vez más; quiero y escojo la pobreza con Cristo, pobre más que la riqueza; las humillaciones con Cristo humillado, más que los honores, y prefiero ser tenido por idiota y loco por Cristo, el primero que ha pasado por tal, antes que como sabio y prudente en este mundo".
Ninguna riqueza del mundo bastaría si Dios nos pidiese cuentas, y es que ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo, si pierde su alma?, decía Ignacio a Francisco.
Hoy en día el problema sigue siendo el mismo, un problema que afrontamos a diario, y quizás es hoy más difícil de lo que fué ayer, para nuestros padres, nuestros abuelos.
El mundo de hoy ofrece posibilidades nunca antes vistas, tanto buenas como malas, ofrece libertad y también (en abundancia) libertinaje. Andamos con los ojos vendados ante el despliegue de esa modernidad que envuelve y empalaga los sentidos, dejándonos incapaces de poder discernir.
En la actualidad, el ser humano tiene miedo de tomar decisiones importantes, aquellas que son del espíritu, ante una decisión, siente que esta en un vacío, le parece que va a caer inevitablemente y por eso se aferra a la superficie, aunque sea una superficie árida y desierta, al tiempo esa superficie, se vuelve su vida.
Hoy se sufre de un modo distinto al sufirmiento de tiempos de Ignacio, el hombre tiene el espìritu roto, el alma dolida y la lleva a rastras, ¿acaso no somos capaces de salir de nuestro "yo" un instante, y ver al que sufre al lado?. No, hoy buscamos sentirnos satisfechos, como si empacharse fuera igual a sentirse lleno, lleno de esa riqueza que "no es destruida por polilla, ni arrebatada por ladrones".
Ignacio también tuvo dudas, estando convaleciente y experimentando el doloroso parto de la conversión, dejando que el espíritu corra por el ser, dudaba entre seguir a Cristo, o seguir al mundo, amores, glorias, riquezas. Pero tuvo que apostar, decidirse por una de "las dos banderas", y él eligió seguir a Cristo, y como los apóstoles dejándolo todo, se marchó con Dios como norte.
Hay que saltar, en la vida tenemos que tomar decisiones, si tenemos a Dios como norte, nada puede fallar, Él es como un padre que espera al hijo que salte del columpio, lo espera con los brazos abiertos y lo anima a saltar, el niño tiembla, pero la voz de su padre le inspira confianza, finalmente, salta... ¿creen que el padre no lo sostendrá?... Dios siempre esta ahí, con los brazos abiertos, como en la cruz.
Isaías pone en boca de Dios las siguientes palabras: “¿Acaso puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el Hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, Yo no me olvidaré". Confiemos pues en Dios, seamos como Ignacio, Francisco, Pedro, como tantos otros que han dado sus vidas por un mensaje de amor, por amar más, por hacer que ese músculo que llevamos en el pecho quede corto ante la explosión de afecto.
Porque siendo transparentes, no debe existir miedo al salto a confiar, Dios todo lo ve en nosotros y a pesar de eso nos ama, "hasta el último de nuestros cabellos ha sido contado por Él", ¿quieres ver mi creación mas hermosa?, pues mírate en un espejo, dice nuestro Padre en cada oración.
Si damos todo de nosotros, lo bueno, lo malo, lo feo, y lo ponemos en manos de Dios, no tengamos dudas que Él nos va a conducir a la verdadera felicidad, porque esa es su Gloria, no hay mayor gloria para el Señor que la felicidad de sus hijos, ¿acaso no es la de todo padre?, Dios no se niega ni se negará jamás a sí mismo, todo en Él es amor y Perdón.
Animados pues, confiemos... que vamos a caer en sus brazos.

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