Sacerdote, ¿Por qué no?
Viene a mi recuerdo la anécdota que José Luis Martín Descalzo -q.e.p.d.- contaba de un concurso fotográfico que organizó hace años el periódico Il Tempo sobre: «¿qué quieres ser de mayor?». Los niños italianos acudían a la redacción del periódico para elegir uno de los setenta y ocho oficios que ofrecían. Se vestían con el traje y se hacían una fotografía. El periódico fue seleccionando y publicando las mejores imágenes.
Cuentan que hubo un niño que miró la lista una y otra vez, como si buscase algo que no encontrara… Al no hallar lo que buscaba, le dijo a su padre:
–Papá, y sacerdote ¿no puedo ser?
Su padre se quedó helado. Repasó la lista y efectivamente no habían contemplado que alguien pudiera soñar con ser sacerdote de mayor.
Tal vez para algunos, en el mundo que anhelan, sólo tengan cabida buzos, astronautas, bomberos, toreros, deportistas… y no sacerdotes.
Desconozco si fue un olvido fortuito o un presagio del equipo de dirección. Lo cierto es que hace unos días compré un libro titulado «Elige lo que quieres ser. Guía completa de carreras universitarias y formación profesional». Y por lo que he podido hojear, en el mundo con el que sueñan algunos, sólo tienen cabida economistas, científicos, médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, empresarios, políticos, periodistas, deportistas, cantantes…
Ciertamente son pocos los que llegan a descubrir que la verdadera necesidad de nuestra humanidad hoy es la de ser «panaderos», «panaderos de Dios», es decir, sacerdotes. En el mundo sigue habiendo hambre. Muchos, sobre todo ahora, tienen por desgracia también hambre de pan. Otros, tienen hambre de justicia, de ternura, de amor. Al parecer, «el pan con código de barras» que la sociedad de consumo ofrece no termina de saciarles plenamente. Todos, aunque a veces lo ignoren o incluso lo nieguen, sienten profundamente «hambre de Dios». Necesitan sentirse queridos, respetados, valorados, llenar sus vidas de sentido, de plenitud, de autenticidad, de libertad, de felicidad, de eternidad… Dones y gracias que sólo el Señor puede regalarnos ofreciéndose Él mismo como «pan eucarístico» que es compartido y repartido por quienes han sido llamados (vocación) a ser, por pura gracia, sus «panaderos» (sacerdotes).
¡Qué suerte poder contar en cada comunidad, en cada pueblo o país, con un puñado de «panaderos» que repartan a manos llenas el «pan de la Palabra», el «pan de la Eucaristía», el «pan de la Misericordia (reconciliación)», el «pan de la Fraternidad (comunión)», el «pan de la Solidaridad»…!
No sé si aquellos redactores de Il Tempo practicaban como católicos, pero podría asegurar que, casi todos ellos un día entraron a formar parte de la gran familia cristiana con el agua que un sacerdote derramó en sus frentes recién nacidas; que temblaron sus piernas cuando un sacerdote les dio el Cuerpo de Cristo (la comunión); que todos ellos habrán tenido un amigo sacerdote que alguna vez les haya escuchado, orientado y animado a cambiar de actitud o de vida (conversión) y a descubrir el verdadero rostro de Dios, Padre entrañable que perdona y devuelve a cada uno su dignidad como hijo… E imagino que algún día desearán tener un sacerdote al lado, cuando el Padre les mire, y les pregunte: «Y tú, ¿qué has hecho de tu vida?». Sería muy triste que en ese momento únicamente se vieran rodeados de buzos, astronautas, bomberos, toreros…
Los sacerdotes ―aun reconociendo sus límites y fragilidades― son una bendición para todos, un «bien ecológico» para la humanidad y no un objeto arqueológico como a muchos les gustaría. Ser sacerdote hoy es una de las formas más sublimes de hacer visible el Reino de Dios; una de las formas más hermosas de encarnar los ideales de cualquier joven; una de las formas posibles de hacer la voluntad de Dios y sentirse plenamente realizado; una de las formas reales de ser feliz; una de las formas, aunque parezca paradójico, de ser totalmente libre; una de las formas más auténticas para ser realmente fecundo en la vida… Pero sigue siendo un bien escaso; un ministerio con plazas disponibles.
¿Has pensado alguna vez que Dios ha podido adornarte con esta gracia tan extraordinaria? ¿No sientes curiosidad por saberlo? Si así fuera, ¡no tengas miedo! Te basta su GRACIA.
Ángel Javier Pérez Pueyo. Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades. Conferencia Episcopal Española.
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