“Conviértanse porque el Reino de Dios está cerca” (Mt. 4,17).
Queridos hermanos y hermanas, (lectores de nuestro Blog) les saludo deseándoles la gracia y el amor que Jesús vino a traernos con el anuncio del Reino y con su muerte y resurrección.
Iniciamos el santo tiempo de la Cuaresma, camino hacia la Pascua. Desde el miércoles de ceniza todos recibiremos un renovado y fuerte llamado a la conversión. Quien acepta este llamado y cambia de vida “va recuperando la inocencia de la mirada y, con ello, la confianza y la disposición para vivir encomunión con Dios y con el prójimo, para ser testigos y servidores de la reconciliación, con la misión de ser constructores de la paz y fermento de un mundo más justo”.
Las prácticas cuaresmales del ayuno, la abstinencia, la oración, la limosna, y todos los sacrificios propios del tiempo de Cuaresma, hemos de hacerlos con libertad y gozo interior, no a la fuerza ni de mala gana; no apegándonos a la ley por la ley, sino incluso yendo más allá de la ley, con un amor creativo para descubrir lo que personalmente cada uno puede hacer para apoyar su propio proceso de conversión y su crecimiento en el amor a Dios y a su prójimo. Nadie crea que por sus sacrificios se va a ganar el perdón de Dios, pues “quien pretende merecer el perdón de Dios por sus obras de penitencia es fácilmente engañado nuevamente por el mal y los frutos de este engaño se manifiestan en la dureza de corazón, en el juicio despectivo de las personas y en la soberbia de sentirse merecedores de todo y moralmente superiores a los demás”.
El llamado a la conversión de este tiempo de Cuaresma es para todos: nadie es tan bueno que no necesite conversión, y nadie es tan malo que no pueda arrepentirse y encontrar el perdón de nuestro buen Padre Dios. Cuando los hombres vuelvan a poner a Dios en su corazón; cuando dejen de servir al dinero y de buscar el placer sin límites; cuando cada uno considere su cuerpo como templo del Espíritu y considere a su prójimo en su dignidad de hijo de Dios, entonces la violencia de todo tipo terminará. Quien se convierte a Dios encuentra la paz interior y ofrece la paz a quienes les rodean. “Reconciliados con Dios y con el prójimo, los discípulos somos mensajeros y constructores de paz y, por tanto, partícipes del Reino de Dios”.
La inmensa mayoría de los cristianos hemos sido bautizados en nuestra primera infancia, casi recién nacidos. Fuimos bautizados en la fe de nuestros padres y en la fe de la Iglesia. Cada año, durante la Cuaresma, algunos adultos se preparan intensamente para ser bautizados en la noche de Pascua. En esa misma noche santa todos somos invitados a renovar las promesas bautismales, como culmen de nuestro camino cuaresmal. El Papa Benedicto XVI nos habla de esto en su mensaje cuaresmal con las siguientes palabras: “El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia “los mismos sentimientos que Cristo Jesús” (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente”.
El Bautismo y la conversión son conceptos inseparables, pues la conversión lleva al Bautismo y el ser Bautizado lleva a una vida de conversión continua. Entendida así, la conversión es la dinámica de toda vida auténticamente cristiana, es el dinamismo que conduce a la santidad de vida. El Bautismo se hace actual en cada Confesión, en cada Comunión, y en cada momento en el que nos abrimos a la Gracia del amor de Dios. Dice el Papa en su mensaje: “El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo”.
Jesús, el Señor, quiso ser bautizado por Juan el Bautista, demostrando así que no se avergüenza de llamarnos hermanos. El se bautizó para iniciar con humildad su vida pública, predicando así con el ejemplo. Bajó al agua para darle a este signo validez, la cual quedó refrendada por su muerte y resurrección. Fue hasta el momento en que estaba apunto de ascender a los cielos, cuando envió a sus discípulos a bautizar a los creyentes en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Finalmente el Papa relaciona el Bautismo con los elementos propios de la espiritualidad cuaresmal, cuando dice que: “el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo”.
Les deseo que la vivencia cristiana de esta cuaresma traiga la paz al interior de cada corazón, paz a la intimidad de cada familia, paz a nuestras calles y caminos, paz que brota del amor y la justicia. Demos muerte al pecado y dejemos que viva todo ser humano. Que la Madre de Jesús nos acompañe en este camino cuaresmal.
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