Con ocasión de los 179 años del nacimiento de la Beata Rosa Gattorno queremos sumergirnos un poco en la vastísima riqueza espiritual de aquella que fue y que es para nosotros Madre y Maestra de vida interior, ya que ella desarrolló una auténtica piedad centrada en los contenidos fundamentales de nuestra fe: el Dios -Trinidad, Jesucristo, la Eucaristía, la Iglesia, la Virgen María y algunos santos.
Al leer sus escritos, lo primero que salta a la vista es su relación con Dios, el amor verdadero, el sumo Bien: En sus ardientes coloquios, tan frecuentes, con Dios, le agrada dirigirse a Él con apelativos de profundo significado: el Ser de mi vivir, mi Todo, el Bien mío, el sumo Bien, el Amor, etc. Muchas veces expresa su aspiración de aislarse de todo lo que no es Dios y permanecer solo con él. Rosa describe la luz recibida acerca del misterio de la Trinidad, gran misterio de amor, que de tres personas se hace un solo Dios, de amor creador y santificador, que se comunica a los hombres. Su peculiar devoción a la primera Persona de la Santísima Trinidad, es designada con títulos de ternura filial: mi querido eterno Padre, amado, amable, tiernísimo Padre, gozo del alma mía. Es así que todos los días confía en la providencia de Dios, sostenida en una promesa de Jesús: “Todo lo que necesites lo tendrás". No menos tierna y confiada fue su devoción al Espíritu Santo, “gozo de los corazones”, en los cuales, tiene como misión el reavivar el amor divino y consumir en ellos todo afecto terreno. El perno de su espiritualidad es hacer en todo y por todo, la voluntad de Dios. Querer de Dios, gusto de Dios, beneplácito de Dios, agrado de Dios, son sinónimos que están también en el centro de su pedagogía con sus hijas espirituales.
En segundo lugar, aparece, Cristo Jesús, el Dilecto. Su piedad, que es fe y amor, se abre con todo el impulso de su corazón al Dios Encarnado, al amado Esposo, su Dilecto. En cada página de sus memorias, en cada carta suya, Jesús aparece como el objeto de su amor, el centro de su vida. Madre Rosa estimula sus hijas: Jesús, el querido amor Crucificado, es el modelo, el espejo en el cual una hija (o) de Santa Ana ha de mirarse a sí misma (o), aprendiendo de Él a encontrar la verdadera alegría en las adversidades, a practicar las virtudes evangélicas. Seguir a Jesús por el camino del Calvario, llevando la cruz, y quedar crucificada con El: fue el ideal de Madre Rosa. Pero su piedad cristocéntrica no se reduce solo a la cruz y a los padecimientos del Salvador, sino que, habituada a vivir el misterio pascual en su integridad, goza intensamente contemplando el triunfo del Resucitado cada año. Rosa no tardó en hallar el tesoro del amor en el costado abierto de su Amado (el Sagrado Corazón de Jesús).
Asimismo, en sus escritos aparece la Eucaristía, misterio de amor, ya que desde su juventud Rosa se distinguió por su piedad eucarística. En los primeros años de la viudez pasaba largas horas ante el Sacramento. Es así que la eucaristía llegó a ser para ella algo vital, nutrimento del espíritu en el Sacramento, vínculo de oblación en el Sacrificio, atracción de amor en el Sagrario. Desde 1855, autorizada por el confesor, gozó del beneficio de la comunión diaria, poco común en aquel tiempo. Se había acostumbrado a asociarse a Jesús, Sacerdote y Víctima, en el sacrificio de la Misa. Con mucha frecuencia su fe se transformaba en experiencia mediante la visión, especialmente hallándose en adoración con el Santísimo expuesto o en el Sagrario. Podemos decir que ella se adelantó al Concilio Vaticano II, al contemplar la Eucaristía en su triple dimensión: Eucaristía celebrada, Eucaristía comulgada y Eucaristía adorada.
También podemos apreciar en la vida de la Madre su dimensión eclesial, la santa madre Iglesia, como ella solía llamar. El profundo sentido de Iglesia en Madre Rosa, se trata de una verdadera espiritualidad eclesial que se inspira en la fe y se nutre con la veneración y con el amor. Como fundadora, estaba convencida de que el Instituto de las Hijas de Santa Ana no sólo era la Obra de Dios, sino que había nacido en la Iglesia y para la Iglesia.
Uno de los apelativos con los cuales se dirigía, Madre Rosa, a la Virgen María, era: “Madre dulcísima”. La piedad mariana, tierna y filial, ocupa en la religiosidad de Madre Rosa su puesto por decirlo así, teológicamente justo. En las vigilias de las fiestas marianas acostumbraba pasar la noche “en contemplación siempre con María”. En las cartas a las religiosas les recomienda que pongan todo en las manos de María, como hace ella misma. En todo momento, Rosa sentía la protección de la Madre y, a ella recurría cuando necesitaba una gracia especial.
Santa Ana, la Madre del Instituto. El hecho de confiar al Padre Tornatore la dirección del naciente Instituto, supuso para la fundadora un sacrificio costoso: el tener que cambiar el nombre por Hijas de Santa Ana. En realidad fue el comienzo de una forma de espiritualidad con la que se identificó de lleno en su papel de fundadora. Madre Rosa reconocía a Santa Ana como la primera superiora del Instituto; en señal de ello prendió la llave de la casa de Plasencia a una estatuita de la santa Madre. El Capítulo Especial de las Hijas de Santa Ana llevó a cabo una profundización sobre la base bíblica de la espiritualidad del Instituto: San Joaquín y Santa Ana son vistos en la línea de los anawin o los pobres de Yahvé, que esperan al Salvador, entre los cuales sobresale Maria, la Madre del Señor.
En su devoción personal aparecen también San Francisco de Asís, y otros santos. El santo al que se sentía más próxima, después de Santa Ana, era San Francisco de Asís. En 1858, como signo de una la nueva vida iniciada, tomó el cordón de San Francisco y en 1861 vistió el hábito franciscano, que lo llevaba día y noche bajo los vestidos ordinarios, con gran sacrificio. Su devoción a San José enlazaba con su fe en la divina providencia; lo llamaba “mi amado protector”. San Miguel Arcángel era invocado por ella como su defensor en los peligros, de modo particular en la lucha contra el demonio, y como guía en los viajes.
Unidos como Familia de Santa Ana, demos gracias al Dios de la vida, por el don que en Madre Rosa nos ha regalado a cada uno de nosotros y que hoy recordamos su nacimiento. Don que no solamente es para su Familia religiosa, sino para la Iglesia entera, como modelo de sanidad, elevada a los altares como Beata. Su entrega, el gastar su vida en el servicio a Dios y a los hermanos sea un aliciente para que nosotros también busquemos la santidad en la fidelidad cotidiana a nuestra vocación. Ella como Madre y Maestra de vida interior nos enseñe a adentrarnos en la escuela de Santa Ana donde podamos aprender a cultivar nuestra relación con Dios, por medio de la oración y llegar a ser, así verdaderos hijos e hijas de Santa Ana.
Buena Fiesta a cada uno de ustedes.
Fraternalmente:
P. Martin Villanueva Medina.
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