Dios habla al corazón de sus creaturas. Nos habla a ti y a mí, y lo hace constantemente. Pero ¿Le escuchamos? En el anterior articulo hicimos una reflexión sobre el saber escuchar a los demás; mientras lo escribía me daba cuenta de la necesidad urgente de aprender a escuchar a Dios. Si bien es cierto que Dios nos habla constantemente, más cierto es que no le escuchamos, o porque no sabemos cómo hacerlo o porque NO queremos.
Primero, para escuchar a Dios necesitamos SILENCIO; ese silencio imprescindible es el interior (de la mente, para que podamos entenderlo mejor). Decía la gran Santa Teresa de Ávila que “la mente es la loca de la casa” y es así, solo tratemos de capturar todos los momentos del día en que los pensamientos se atropellan unos a otros...conversaciones ficticias, cuentas de números, prejuicios, palabras sin sentidos, imágenes….todos, todos ellos en nuestra mente y al mismo tiempo. Guardar silencio interior es una disciplina, un ejercicio necesario para edificar nuestro ser, aprender a reflexionar, mantener la ecuanimidad y la paz; también es necesario para no perder los detalles, crecer en virtud y vencer las tentaciones, pero lo más importante: escuchar a Dios. Imposible que Dios se manifieste a nosotros en medio del bullicio de nuestra mente; aunque si lo puede hacer en medio del bullicio del mundo, mientras el corazón esté callado y quieto podremos escucharlo.
Ahora bien, no pensemos que Dios necesariamente nos va a hablar de la misma forma en que nosotros nos comunicamos; aunque puede hacerlo ¡Claro que sí! Pero El suele tener su propio lenguaje; Dios habla muy bien a través de los acontecimientos, por lo que debemos estar atentos a ellos.
De la manera en que ponemos atención para escuchar lo que alguien nos quiere decir más allá de sus palabras (lenguaje corporal, sentimientos, etc.) así mismo, pero con más relevancia, debemos poner atención a lo que Dios desea comunicarnos, que es Su Voluntad para con nosotros. Por eso utiliza, la mayoría de las veces, los acontecimientos… hechos y sucesos que pasan alrededor de nosotros, marcados con un gran simbolismo y a través de los cuales Él pretende hablarnos al corazón.
Por supuesto, que Dios también nos puede hablar claramente a través de intermediarios o de Él mismo. Recuerdan a Samuel, en medio del silencio de una noche, Dios lo llamó tres veces por su nombre, mientras él creía que era Elí (1 Samuel 3, 1-10)… al final siguiendo el consejo de su formador dijo: “Habla Señor que tu siervo escucha”. Resulta que no fueron buenas noticias las que Dios le dijo; pues lo mismo nos puede pasar a veces, y aquí vuelvo al principio: No queremos escuchar a Dios, porque no es conveniente escucharle denunciando nuestros pecados, falta de amor y compromiso, o darnos la encomienda de una misión que nos va a acarrear renuncias y cruces.
“Habla Señor que tu siervo escucha”. Silenciemos las voces de nuestro interior, es hora de escuchar a Dios, es hora de estar atentos a los acontecimientos que nos están ocurriendo porque ellos nos traen un mensaje, nada más y nada menos nos dicen lo que Él quiere comunicarnos: sus designios de amor sobre nosotros. ¿Qué vamos a hacer, entonces? ESCUCHARLE, simplemente escucharle.
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